¿DÓNDE ESTÁ, OH MUERTE, TU AGUIJÓN?
- Roy Villalobos
- hace 15 minutos
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Jesús mismo nos advirtió:
“Si el mundo los odia, sepan que a mí me ha odiado antes que a ustedes…” (Juan 15:18-21).
Esto significa que el rechazo, la burla, e incluso la violencia contra los que testifican de Cristo no es algo extraño. Es la consecuencia natural de vivir en un mundo caído que rechaza la luz. Si a nuestro SEÑOR lo persiguieron, a nosotros también. Pero ese rechazo no es una señal de derrota, sino una confirmación de que pertenecemos a Él.
La vida y la muerte como testimonio
Cuando un cristiano, como Charlie Kirk, se pone de pie en lugares oscuros y proclama la luz, su vida se convierte en un mensaje. Su muerte no lo silencia, más bien multiplica su voz. Nos impacta porque en un mundo saturado de violencia y entumecido, su martirio sacude nuestra indiferencia. Nos recuerda que el Evangelio no es un adorno cultural, ni un discurso privado: es una bandera que confronta, incomoda, y hasta cuesta la vida.
No todos moriremos por un disparo. Algunos llegarán a la vejez en paz. Pero todo seguidor de Cristo es llamado a morir a sí mismo cada día: a la comodidad, al miedo, al silencio cómplice. Y esa muerte diaria es tan real como la física, porque es lo que nos identifica con Cristo.
El llamado urgente para nosotros
La pregunta no es si somos “menos cristianos” porque no sufrimos persecución directa. La pregunta es: ¿Qué hacemos con Cristo ahora que lo tenemos en nuestras vidas? Ser salvos es el inicio, no el final. Hemos sido liberados para servir (Gálatas 5:13), para proclamar (2 Corintios 5:20), para presentar a Cristo no solo en el templo, sino frente a un mundo que nos observa —y también frente a huestes espirituales que contemplan cómo el plan de Dios se cumple en nosotros (Efesios 3:10).
La muerte de Charlie es un despertador. Nos recuerda que el costo de seguir a Cristo está más cerca de lo que pensamos (Lucas 9:23). No se trata de vivir con miedo, sino con la certeza de que la muerte ya no tiene poder sobre nosotros porque Cristo la venció (1 Corintios 15:54-57).
Lo que queda para quienes somos suyos es la esperanza gloriosa de ver a nuestro Padre cara a cara (1 Tesalonicenses 4:16-17; Apocalipsis 21:4). Por eso, el llamado es claro:
Permanecer firmes en la fe (1 Corintios 16:13).
Dar razón de nuestra esperanza con mansedumbre y respeto (1 Pedro 3:15).
Recordar que vivir es Cristo y morir es ganancia (Filipenses 1:21).
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