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La Verdadera Guerra del Cristiano

Actualizado: hace 5 días

C. S. Lewis escribió en el libro Cartas del Diablo a su Sobrino:


“El hombre es un anfibio —mitad espíritu y mitad animal—. Como espíritu pertenece al mundo eterno, pero como animal habita en el tiempo. Sus facultades, como la voluntad, deben estar continuamente en tensión entre esos dos mundos, y de ahí proviene su ambivalencia.”


Esta ambivalencia describe la batalla más profunda del cristiano: no tanto contra lo que está fuera, sino contra lo que sucede en su propia mente y corazón.


La verdadera guerra se libra en nuestro interior. Cada día debemos decidir si cedemos a la tentación o nos rendimos a Cristo. Es fácil dejar que el pecado nos defina, porque nuestra carne tiende al tropiezo. Lo difícil es levantarse después de caer y seguir avanzando hacia la Cruz. Cuando permitimos que el pecado marque nuestra identidad, el regreso a Cristo se percibe más difícil, aunque su gracia nunca se cierra para nosotros. El apóstol Pablo confesaba:


“Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago” (Romanos 7:19).


La salvación es un regalo eterno, dado una sola vez para todo aquel que cree. Sin embargo, la rendición a Cristo no es un acto aislado del pasado, sino una decisión constante. A cada momento, en cada pensamiento, en cada acción, se revela si caminamos hacia el Señor o nos dejamos arrastrar por el pecado. Santiago lo resume:


“Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros” (Santiago 4:7).


Aquí radica el valor del carácter íntegro. Jesús nos recordó: “Sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no” (Mateo 5:37). La integridad es escasa porque el ser humano es de doble ánimo, como dice Santiago:


“El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos” (Santiago 1:8).


Precisamente por eso, cuando un hijo de Dios mantiene firmeza en su fe, su vida se convierte en un testimonio poderoso.


Nuestra relación con el SEÑOR suele tener valles y cumbres, días de fervor y días de debilidad. Estos contrastes solo evidencian lo mucho que nos falta crecer hasta alcanzar “la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:13). Pero Dios no mide nuestra vida por el número de caídas, sino por lo que Él hace en nosotros cada vez que nos levanta. Como afirma Proverbios: “Porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse” (Proverbios 24:16).


La ambivalencia es propia de la carne, pero la rectitud es fruto del ESPÍRITU. El pecado nos hace tropezar, pero la estabilidad en el caminar la da Cristo. Por eso, no midamos nuestro andar por lo frágiles que somos, sino por lo fiel que ha sido el SEÑOR. Al final, la batalla más dura es contra nosotros mismos, pero la victoria ya fue asegurada en CRISTO.


Pablo lo expresó con claridad: “Porque aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas” (2 Corintios 10:3-4). Que cada caída nos recuerde que dependemos de su gracia, y cada victoria nos lleve a darle toda la gloria.

 
 
 

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